Como un dios olvidado
que no recuerda ni su nombre,
moro en los templos
hechos de promesas vagas
que con vuestros labios levántateis.
Con mi palabra desgastada
de que leyerais mis versos en vano,
con mi sangre derramada
para lavar vuestros pecados.
Esperando que volváis una vez más
a comer mi carne.
Alguna noche, en mis sueños,
volvéis a rastras
para sacrificar vuestra belleza
en el altar de mi cama
y yo predico en las dunas
de vuestra piel.
Sé que nunca pasará
porque hace mucho tiempo
que en mi perdisteis la fe.
Pero hubo un momento,
aunque sólo fuera por un instante,
en el que me adorasteis,
en el que me hicisteis sentir un hombre.
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