En la caída del imperio
de tú absoluta belleza,
recojo a tus pies
los cristales rotos
de un espejo sin magia.
Rotos los encanterios
y el glamour de las hadas,
sólo quedaste tú despeinada
y con el maquillaje corrido,
durmiendo la mona
en mi desecha cama.
La cuidad no arde,
pero nosotros sí,
cuándo una vez más
te despierto entrando en ti.
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