miércoles, 12 de enero de 2011

NUNCA CONFIESES UNA INFIDELIDAD EN LA COCINA

Díptico de una mañana de domingo (2 de 2)









     Me despierto sin saber si he dormido. Mi móvil me dice que son las dos de la tarde y Diana sigue durmiendo a mi lado. Supongo que la noche de chicas se alargó tanto como la noche bizarra orquestada por Richard. Salir con la gente de ‘El Clan’ es como vivir una noche en la cabeza de Tarantino. Noto la tocha como si me hubieran dado con una pala en la cara. Mierda de corte del Gabi, su casa debe de tener el ladrillo desnudo.
   Al levantarme, me golpeo el talón de Aquiles con el canto de la puta cama estilo oriental. Me cago en Dios y en todo el santoral en silencio para no despertar a mi chica y voy al baño. A mi vuelta me espera una grata sorpresa. Diana está cruzada en la cama, con su piel morena recibiéndome y dándome una buena idea de cómo empezar el día del Señor. Acaricio su pelo rizado, cara y sus redondos senos. Ronronea como un gatito y cuado la beso, ella me corresponde. Empiezo una excursión de besos y lametones a lo largo de su cuerpo. Hago una escala para jugar con el piercing de su pezón derecho y dejo que mi tour me guíe a zonas más tropicales. Cuando sus gemidos alcanzan un tono claramente audible dejo de lamer su sexo y decido pasar a la acción.
   La beso y le doy la vuelta. Una vez tumbada boca abajo, me pongo encima de ella y la penetro. Noto las paredes de su vagina contraerse y sus gemidos se convierten en una ópera. Mi pene golpea su punto G y empiezo a acariciar su clítoris. Cuando noto que se está corriendo, subo el ritmo. Hacer que una mujer sea multiorgásmica es tan fácil como hacer un supercombo en un juego de lucha: solo hay que saber qué botones pulsar y hacerlo en el orden correcto. Cuando no soy capaz de contar cuantos orgasmos ha tenido y la ópera ha llegado a su clímax, se la saco y me empiezo a follar su culo como si se acabara el mundo. Cuando eyaculo todos sus músculos se relajan y se queda tirada en la cama como  un boxeador  que ha besado la lona del ring. Me quito de encima y me tumbo a su lado mientras me abraza.

   Tras cinco minutos de letargo postcoital Diana se ofrece a hacer la comida y se levanta de la cama. Yo zanganeo unos minutos y la sigo hacia la cocina. Ella ya tiene una sartén al fuego y de todo esparcido por la encimera.
   -¿Te hace una ensaladita de pollo?
   -Por mi vale.
   -Pues ponte a fregar lo de anoche, mientras me pongo con esto.
   -Si, mi ama.
   Abro el grifo para que empiece a correr el agua caliente. Mientras, la veo tan contenta cocinando para los dos que la culpa me corre.
    -Tengo que contarte algo…
    -Dime.
    -Me acosté con Ana.-Se queda congelada durante lo que me parece un siglo.
    -¿Cómo?-Pregunta mas sorprendida que enfadada.
    -¿Te acuerdas la semana pasada que estaba quemado por culpa de unas movidas en el curro? Pues quede con ella para tomar un café y una cosa llevó a la otra…Te lo cuento porque veo que estamos muy bien y no me gusta mentirte. Estás en tu derecho de mandarme a la mierda.
    -Es la primera vez que alguien me es infiel, o al menos la primera que lo confiesa. Normalmente soy yo la que hace esas cosas. Creo que no voy a dejarte. Siempre que no se repita.
    -La verdad es que no tengo ninguna intención de hacer nada por el estilo. Llevo una semana sintiéndome como una rata miserable. Gracias por tomártelo tan bien.
   -Son cosas que pasan. Cuando lo he hecho yo, siempre me ha molestado que la gente haga un drama de un error. Me parece hipócrita comportarme  de la misma forma que he criticado. Solo es sexo. Me lo has confesado y me has dicho que no se repetirá. Pues con eso me vale. No te negaré que me ha dolido, pero no quiero dejarlo contigo. Anda, friega eso.
    Me pongo a fregar los platos sorprendido y aliviado de cómo se ha tomado el asunto. Ella, por su parte, sigue preparando la comida un tanto dubitativa. Y cuando ya he terminado con el último plato. Algo sólido y caliente me da de lleno en la cabeza.
   -HIJO DE PUTA.-Me grita mientras sostiene en la mano la sartén que estaba al fuego.
   -¿Pero qué coño haces? ¡Eso ha dolido!
   -Y a mi que te tiraras ha esa zorra.
   -¿Pero no habías dicho…?
   -Me lo he pensado mejor.
    Tras unas tres horas de discusión lo acabamos arreglando, pero el sartenazo ya no me lo quita ni el Papa.



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