domingo, 6 de febrero de 2011

UN MOTOR DE RABIA

Tres historias de violencia (1 de 3)









      Estoy en el parque con Ce y me cuesta reprimir las lágrimas cuando la abrazo. Me pregunta por que no la voy a ver más a menudo y le contesto que papa trabaja mucho. Me dice que me echa de menos y que nuca se olvidará de mí. Me besa en los labios y me sonríe. Acaricio su largo pelo castaño claro y me río al ver que mi mano es como su cabecita. Es alta para ser una niña de 6 años, pero en comparación con el mastodonte de su padre parece diminuta. Pasamos la tarde jugando y riendo. Una tarde primaveral con una luz que solo se puede ver a orillas del Mediterráneo. Lleva un vestidito rosa de algodón y unas sandalias con flores de plástico a juego. 
   Me enamoré de ella tal como nació. La matrona me dio una cosita pequeña y arrugada cubierta de grasa y sangre. La sostuve en mis brazos, ella me miró con su ojitos grises de neonato y sonrió. Normalmente nacemos llorando, pero mi hija lo primero que hizo fue sonreír. Empieza a anochecer y la cojo en brazos para irnos a casa…
  

   Me despierto y me doy cuenta que solo ha sido un sueño. La realidad me golpea en la cara. Hace más de dos años que no veo a Ce. No sé ni siquiera donde está. Pienso en las historias de amputaciones que oí en la BRIPAC. Dicen que un miembro amputado sigue doliendo. Conocí a un teniente que perdió media pierna y que le dolían partes donde ahora solo había metal. A mi me sucede lo mismo.
   Afeito una cara que no reconozco en el espejo. Es curioso como poco a poco nos convertimos en extraños para nosotros mismos. En la radio suena ‘Don`t cry’ de los Guns. Recuerdo que se la cantaba a Ce cuando no paraba de llorar por que tenía sueño y no se podía dormir. Siento un gran vacío en mi pecho y entonces empieza la rabia a correr por mis venas. El agujero negro de mi alma se traga esos recuerdos y aun así, hoy no me la voy a poder quitar de la cabeza.
    Camino del trabajo me acuerdo de un documental que vi hace unos meses. Me hizo comprender en lo que me he convertido. Resulta que los agujeros negros lanzan grandes chorros de plasma. Eso se debe a que la presión en su interior es tan grande, que a veces no pueden ni contener su propia materia. Esta sale como un gran rayo de plasma y radiación. En el documental decían que era como cuando apretabas fuerte una naranja. Eso me hizo pensar en cómo me sentía. En cómo el vació dentro de mí se convertía en oleadas de rabia.
     Eso es mi motor, así funciono. Eso me hace mantenerme en pie, recibiendo golpes de la vida. Aguantando, fintando, bloqueando y a la espera de poder endosarle algún buen derechazo. Una pequeña victoria en una pelea que tarde o temprano todos perdemos.

     La mañana pasa tediosa. Estoy en una mierda de supermercado haciendo de segurata. No hay nada más coñazo que pasarte todo el día cara a unas pantallas, viendo qué hace la gente. Es como ver el puto gran hermano pero sin audio.
     Entonces veo por una de las cámaras, como dos armarios roperos de la antigua Unión Soviética, llenan dos bolsas de deporte con todo lo de valor que encuentran a su paso. Se dirigen a la salida arrollando a un pobre reponedor que les sale al paso. Yo por mi parte me voy tranquilamente para interceptarlos en el parking.
   La jugada me ha salido bien. Los he pilado, y de espaldas a mí. Y como el pequeño es como yo de grande, no me ando con florituras. Me lanzo sobre el más grande pillándolo desprevenido. Le luxo un brazo con la izquierda y simultáneamente le doy un puñetazo en la base del cráneo con la derecha. El oso siberiano cae de morros, dejando caer la bolsa con el botín. El otro se queda petrificado y cuando reacciona hace amago de atacarme.
  -Tienes dos opciones: A. Deja la bolsa, recoge a tu amigo y lárgate. B. Tirarte encima mío y acabar como tu compañero. –Le digo sin denotar ninguna emoción.
    Boris deja la bolsa, pasa a mi lado a una distancia prudencial y recoge a su camarradà.
    Cuando vuelvo dentro del supermercado hay un grupo de empleados y clientes aplaudiéndome. Otra pequeña victoria. Le doy las bolsas al chaval atropellado y le pregunto si se encuentra bien. Lo único decente de este trabajo, es poder defender a la gente de hijos de puta, que joderían a su madre por un puñado de euros.

    Acaba mi turno y me estoy cambiando en el vestuario. Y veo el reflejo de mi torso desnudo y poblado  de cicatrices. Ce se tiraba las noches que pasaba conmigo acariciándolas hasta quedarse dormida. Me preguntaba si me dolían y yo le contestaba que cuando está conmigo no.
    





3 comentarios: